
Todos quienes vivimos en los años 90’s hasta la primera década del nuevo siglo, en Arica, recordamos alguna vez haber compartido momentos en el “Parque Centenario”, lugar habitual para asados familiares, carretes y borracheras a todo nivel. Eran otros tiempos, era otro el carrete, era otra sociedad y otros habitantes. La vida va cambiando y uno también va cambiando con el tiempo y con cada experiencia. La edad, igual que el diablo, dicen, nos cambia más por viejos que por sabios. Algo de verdad debe haber en esas palabras.
Después de la polémica política restauradora del hermoso Parque Centenario y lo acontecido, sabido por todos, se nos privó por un largo periodo de la entrada y el disfrute de este lugar único que a muchos nos reconfortaba y nos proveía de un refugio imprescindible para escapar de la estresante realidad laboral o mental, para unos u otros. Pero hasta entonces, cumplió una prolongada etapa casi “terapéutica” para varias generaciones que encontraron en este, un paraíso de verde naturaleza y una paz para las almas descarriadas que la necesitábamos. ¿Cuántas parejas habrán hallado el amor en este paisaje de verdor, bajo los árboles y los cantos de pájaros? Jamás lo sabremos.
Lo que sí sabemos con seguridad, es cuánto perdimos con su restauración y el tiempo de reestructuración que tomó, luego de los problemas que se presentaron con cada cierto destape de información y noticias relativas al desfalco y la controversia lamentable. Todos perdimos como acreedores de este “jardín vegetal” o “pulmón de la ciudad”, pero, creo que perdimos quienes mucho más lo concurríamos con frecuencia. Y de manera gratuita.
Actualmente, el Parque Centenario ha sido restaurado, cerrado y licitado para su protección y conservación. Ahora se cobra una entrada y es monitoreada por personal interno que cuidan el comportamiento y el sano disfrute de esta extensa área, generalmente, de ambiente familiar que comparten de un grato y bello lugar, custodiados por la amplia seguridad de su interior y el espíritu ecológico que habita y adorna este espacio obligado para todo amante de la naturaleza, con la brisa marina que huele cercana y la sombra de sus árboles centenarios. Una invitación siempre irresistible.